domingo, 4 de octubre de 2009

Accidentes de tráfico

DOS MANERAS DE ABORDAR UN MISMO TEMA

Además de un excelente profesional de la imagen en activo, Paco Elvira también fue un magnífico editor gráfico de la mítica revista PÚBLIC dirigida por Xavier Vinader. Esta publicación fue un vivero de grandes fotógrafos y apostó por el reportaje como ninguna otra revista española, aparte reportajes esporádicos aparecidos en algún dominical, lo hizo en las últimas décadas.

Me encargó que trabajara el tiempo que fuera preciso al lado de los profesionales que se movilizan cada vez que acaece un accidente de tráfico. Durante varios días pululé entre ambulancias, helicópteros, personal asistencial, bomberos, mozos de escuadra, servicios de urgencias de hospitales.

No vale la pena entrar en detalles sobre los insultos que me tragué de los mirones que se apostaban a ver con morbosa fruición la tragedia y que, cuando se percibían que tomaba fotos, me gritaban y me conminaban que me dedicara a ayudar, en lugar de hacer mi trabajo. ¿Se creían, acaso, que estaba allí por placer?

Tenía gracia que, precisamente, lo que yo fotografiaba, era lo que ellos estaban viendo. Pero con la particularidad que mis imágenes llegarían a miles, quizás millones, de personas. Y la razón no era de índole morbosa. Como siempre, se trataba de informar sobre los resortes que se ponen en marcha cuando un accidente se produce, tanto para homenajear a los profesionales que nos auxilian –una constante en mis temas de medicina- como para tocar la fibra de los conductores descerebrados. Una plaga que todos hemos padecido y que, me temo, continúan siendo los más inmunes a este tipo de avisos.

Al cabo de varios años el Magazine me dio un cometido parecido. Pero los tiempos habían cambiado. Ya no había presupuesto para largos seguimientos o quizás ya no estaban de moda. Me proporcionaron una serie de cartas que los lectores habían escrito –respondiendo a un llamamiento de la publicación, en busca de testimonios de familiares de fallecidos por accidentes de tráfico- y Manuel Prieto comentó: “Ahí tienes las direcciones. Hay gente de toda España. Contacta con media docena y les tomas fotografías. Su retrato aparecerá ilustrando sus testimonios”.

De manera que la segunda versión del reportaje ya no fue una crónica, si no una serie de retratos de personas que habían padecido una tragedia. La mayoría de los fotografiados lloró mientras rememoraban la experiencia y yo, con la máxima delicadeza que fui capaz (y con su consentimiento) fotografié discretamente ese momento íntimo.

Este tema inauguró, para mí, el despliegue de rostros con que se ilustran la mayoría de reportajes en la actualidad. Una producción más económica y que se materializa en un periodo más corto de tiempo. La productividad llegó, finalmente, al fotoperiodismo.

Uno de los mejores elogios de mi trabajo procede de Josep Carles Ríus, el entonces director del Magazine: “Felicidades –me dijo, después de ver las imágenes -era un encargo envenenado”.

Pero yo sigo prefiriendo el viejo estilo... participar en la acción para informar, aunque...

... la ambulancia en la que viajé tuvo un accidente al cabo de unos días en Lleida y sus ocupantes estuvieron de baja un año, recuperándose de las heridas. Todo conlleva su riesgo.