viernes, 20 de noviembre de 2009

Delicias Finlandesas

JUGANDO CON LAS DOMINANTES

Aprovechando que este mes la revista Offarm publica mi reportaje sobre el Círculo Polar Ártico y que se aproximan las navidades, quizás sea un momento idóneo para hablar de fotografía bajo cero…

Y no es que esté hablando del momento económico que vivimos en la profesión, si no de cómo, ataviado como una cebolla, pasé doce horas montado (por primera vez en mi vida) en una moto de nieve, para visitar hoteles de hielo que se inauguran con las nieves más asentadas de diciembre y se funden a mediados de abril. La excursión en moto me dejó, aparte de varios trompazos de campeonato, una tendinitis que arrastro desde hace tres años y que me produce una eventual cojera cuando camino. ¡Gajes del oficio! Más cómodo fue viajar en rompehielos.

Lo que os quería comentar de este reportaje es un tema que surge a menudo en mis talleres. Acostumbrado a la película calibrada para luz de día, cuando trabajo en digital prefiero que la cámara actúe también de esta manera. Nunca en automático. Si deseo eliminar la dominante, tiempo tendré en el ordenador para aplicar el software necesario. Pero no quiero que la cámara decida por mí el aspecto que persigo en mis fotografías ¿Por qué? La razón es que me gusta que las dominantes de la luz, tanto natural como artificial, proporcionen una cierta personalidad a mis imágenes.

Siendo blancos, tanto el hielo como la nieve, para darle un cierto contenido gráfico a los hoteles este planteamiento resultó especialmente efectivo.

¡Ah! Y un comentario final: protegido con trajes de neopreno, anorak de pluma, camisetas de felpa y todo lo que encontré en el armario para fotografiar entre 15 y 35 bajo cero… lo cierto es que nunca he pasado tanto calor como en aquellos cálidos interiores árticos en los que entrabas como si fueras el muñeco de Michelin. La noche salía por unos 300 € y no hay peligro de incendios.



sábado, 7 de noviembre de 2009

Un libro sobre Cuba


LA TIERRA MÁS HERMOSA

Cría fama, dicen. Y, a veces, funciona. Acababa de publicar un par de reportajes del Caribe y eso, por lo que se ve, fue suficiente para que se me etiquetara de “experto”. Un buen día recibí la oferta de colaborar en un libro producido por, Cubanacán, la oficina de promoción de Cuba. El proyecto era distribuir un ejemplar en oficinas de turismo de todo el mundo. Junto a otros tres fotógrafos dividimos la isla en cuatro partes y cada cual se encargó de la suya. A mí me tocó La Habana y Varadero.

Tomar fotografías en Cuba es fácil porque la gente es encantadora y la isla, a pesar de su estado ruinoso, mantiene un encanto del que, para mi gusto, carecen otros enclaves caribeños con influencias menos latinas. De manera no hay mucho que explicar sobre las imágenes. Sólo reseñar que, en Varadero, llovió sin cesar los diez días que permanecí “varado” en mi habitación. Ya se sabe que cuando un fotógrafo profesional trabaja sobre el terreno atrae tormentas, monzones o incluso, de vez en cuando, alguna que otra inundación. En otras crónicas os hablaré de metereología. El caso es que las imágenes de Varadero tuve que resolverlas en cuatro horas, el mismo día que salía mi avión de retorno a España.

Otra limitación que Cubanacán nos impuso a los fotógrafos fue la prohibición total que aparecieran imágenes con desconchados y edificios ruinosos. Lógico, vista la finalidad del libro.

Pero era una oportunidad excepcional para conocer Cuba y acepté el encargo. Con lo que no contaba fue que, para facilitar mi trabajo, el gobierno pondría a mi disposición una bella guía-acompañante, un chófer… y un impresionante Mercedes Benz blanco, modelo reciente de aquel año que, a mi pesar, consiguió que la gente se cagara nada más verme bajar de vehículo semejante. Los cubanos debían pensar que yo era el hijo de Fidel Castro.

Por descontado que con esas limitaciones pude obtener pocas imágenes espontáneas, pero también conté con la ventaja de acceso sin grandes problemas a la mayor parte de lugares que sugerí como, por ejemplo, la facultad de Bellas Artes, y pude volar en un desvencijado avión sobre Varadero. En contrapartida mi solicitud de conseguir algunas imágenes sobre santería nunca fue atendida con interés. Siempre surgía algún imprevisto que nos impidió acudir a la ceremonia prometida.

No fue un reportaje especialmente interesante pero aprendí algo que he verificado con el tiempo: cuando más limitaciones te imponen (o te auto-impones) en tu trabajo, peores son los resultados. Las listas de temas a fotografiar suelen ser un antídoto contra las buenas fotografías.