En marzo de 1990, cuando la guerra de los Balcanes se acababa, El País Semanal nos envió a Jesús Rodríguez y a mí a Sarajevo para que hiciéramos, entre otros, un reportaje sobre Carlos Westendorp. En pocas palabras resumiré la situación: Carlos era el Alto Comisionado de las Naciones Unidas y trabajaba en una constitución y una bandera para Bosnia-Herzegovina, que debía ser aceptada por los tres bandos contendientes. ¡Ahí es nada!
Su misión era muy arriesgada. Tanto los extremistas serbios, como los croatas o los musulmanes, deseaban matarlo para tener una excusa con la que comenzar de nuevo las hostilidades. Por esa razón estaba protegido por una escolta de veinticinco guardia civiles de élite que se turnaban las veinticuatro horas del día a su alrededor. Y ahí estábamos nosotros dos. Cuando íbamos en coche conducían a toda velocidad, en zig-zag, o tomaban las curvas derrapando igual que en las películas, para evitar posibles francotiradores, tristemente célebres en Sarajevo.
Westendorp mediaba con los líderes de las distintas facciones y, para ganar tiempo, solía usar un helicóptero de la OTAN tripulado por alemanes. En una hora llegábamos, por ejemplo, a la República Srpska, para negociar con Biljana Plavsic, que actualmente cumple condena en Suecia por su responsabilidad por crímenes de guerra. El peligro era constante. La semana anterior habían derribado un helicóptero como el nuestro y murieron varios colaboradores de Westendorp. Nunca me han gustado demasiado los helicópteros y, en esta ocasión, reconozco que volé por pura profesionalidad. O eso, o me quedaba sin las fotos.
En el transcurso del reportaje conocí en Banja Luka al ministro de exteriores británico Robin Cook y asistí a una reunión secreta de la OTAN dirigida, creo recordar, por el general Naumann. Esta es una de las grandezas de mi oficio: eres un testigo privilegiado de tu tiempo, por tu obligación de situarte a tres metros para obtener las imágenes.
Sin embargo la historia que quería contar es otra: llegamos desde Mostar en autobús con Jesús y fuimos directamente al Cuartel General de las Naciones Unidas. Al cabo de un par de horas de espera, aislados en un despacho, la secretaria nos avisó que Westendorp estaba listo para una sesión de fotos.
Cuando por fin apareció le pregunte ¿a dónde vamos? y obtuve la respuesta que más temía: “Donde tú digas. Tú eres el fotógrafo”. Menos mal que no remató con el consabido "Tú eres el artista". Yo conocía Sarajevo por lo que había visto desde la ventanilla del autobús mientras pasábamos por la avenida de los francotiradores. Nada más. El Alto Comisionado solo disponía de media hora, de manera que tuve que tomar una decisión rápida. Me acordé del edificio destruido del periódico Oslobodenje. Sus ruinas eran un símbolo de la lucha por la libertad de los ciudadanos de Sarajevo. Allí tenía que tomar la foto y ahí dirigí la comitiva. Cuando llegamos le pedí a Westendorp, con toda naturalidad, que avanzara unos pasos entre la maleza para tomarle un retrato.
Fue entonces cuando, suavemente, algún escolta me susurró: “Toda esta zona podría estar minada. Si quieres situar a Carlos en medio, primero camina tú y comprueba que el terreno está bien”.
Bueno, aquí está la foto. No es fenomenal pero demuestra que, a menudo, se tienen que tomar decisiones importantes y rápidas en fotoperiodismo. Y eso no lo enseñan en las escuelas...
Super interesantes todas estas historias que hay detrás de los reportajes...gracias por compartirlas.
ResponderEliminarEspabilado el guardaespalda. Menos mal que no había minas.
ResponderEliminarCuanto me alegro de haber encontrado este blog.
ResponderEliminarDetrás de una imagen hay mucha vida e historia, y esta que nos cuentas es tan solo un ejemplo.
Muchas gracias por compartir.