Durante mis primeros años como colaborador de National Geographic trabajé sobretodo para “Traveler”, la revista de viajes de la Sociedad. Gracias a ella visité Serbia, Austria, Italia, las Islas Griegas, Lisboa, Francia y, por descontado, diferentes emplazamientos de la geografía española.
Mi primer encargo fue, precisamente, Madrid. Una historia a caballo entre el museo del Prado y el hotel Ritz. Linda Meyerriecks, mi editora gráfica, era la encargada de enviarme los carretes, algún texto (cuando estaba listo) o, a veces, algunas pequeñas ideas generales. El avión y el hotel solía anticiparlos yo mismo, y pasar el montante con el resto de los gastos generados durante el encargo. También se podía contactar con la agencia de viajes del Geographic en Washington y dejar que se encargara de todo. En mi caso prefería organizar mis desplazamientos dado que, con frecuencia, sobre la marcha te suele tocar cambiar de planes, según cómo evoluciona el reportaje.
Mi primer encargo fue, precisamente, Madrid. Una historia a caballo entre el museo del Prado y el hotel Ritz. Linda Meyerriecks, mi editora gráfica, era la encargada de enviarme los carretes, algún texto (cuando estaba listo) o, a veces, algunas pequeñas ideas generales. El avión y el hotel solía anticiparlos yo mismo, y pasar el montante con el resto de los gastos generados durante el encargo. También se podía contactar con la agencia de viajes del Geographic en Washington y dejar que se encargara de todo. En mi caso prefería organizar mis desplazamientos dado que, con frecuencia, sobre la marcha te suele tocar cambiar de planes, según cómo evoluciona el reportaje.
Los editores –y en el Geographic no son una excepción- valoran que el fotógrafo les libere de problemas ajenos a la selección de las imágenes, lo que a la postre es su trabajo. Esa autonomía es un valor añadido cuando eligen un fotógrafo. Lo ideal es que, confirmado el encargo, el siguiente mensaje que recibe un editor gráfico sea concretar la fecha y el modo de entrega de las imágenes. Por eso no todo el mundo está preparado para moverse con soltura y, a menudo, sin compañía, por regiones remotas. Eso no se aprende en las escuelas de fotografía.
Mi reportaje en Grecia, por ejemplo, fue durísimo. Tuve que fotografiar seis islas en nueve días, a finales de octubre. Estaban vacías y fue muy difícil obtener imágenes de acción. Aparte el inconveniente de que, fuera de temporada, no había líneas regulares de barco. En avión, cualquier vuelo a una isla salía forzosamente por Atenas.
Los horarios fueron de locura. A menudo aterrizaba en la capital de Grecia pasada la medianoche y mi conexión con la siguiente isla era a las cuatro o las cinco de la madrugada, de manera que no había tiempo para buscar y desplazarse a un hotel. Dormí muchas noches en los bancos del aeropuerto de Atenas e incluso hubo una incipiente amistad con los encargados de la seguridad. Al final hasta me permitieron no pasar la película por el escáner.
Otro problema en este reportaje fue resolverlo. Cuando por fin llegaba a una isla (algunas grandes como Corfú, Rodas, Santorini o Chios) disponía de día y medio para alquilar un coche, recorrerlas, localizar los lugares más adecuados y gestionar un billete de avión o barco para llegar a la siguiente. En Rodas el capitán no decidió hasta el último minuto si zarpaba. A mi pregunta de cuándo, la respuesta fue: “Quizás en una hora, un día o una semana. Depende del tiempo”.
En otros casos, como en Patmos, me tuve que presentar a las dos de la mañana al puerto, maleta en mano, y esperar que apareciera, a la hora que fuera, un barco… ¡Y rezar para que se dirigiera a Atenas!. Ignoro la razón pero, hasta que el navío no estaba anclado, no se podían adquirir los billetes en las taquillas del puerto.
Los horarios fueron de locura. A menudo aterrizaba en la capital de Grecia pasada la medianoche y mi conexión con la siguiente isla era a las cuatro o las cinco de la madrugada, de manera que no había tiempo para buscar y desplazarse a un hotel. Dormí muchas noches en los bancos del aeropuerto de Atenas e incluso hubo una incipiente amistad con los encargados de la seguridad. Al final hasta me permitieron no pasar la película por el escáner.
Otro problema en este reportaje fue resolverlo. Cuando por fin llegaba a una isla (algunas grandes como Corfú, Rodas, Santorini o Chios) disponía de día y medio para alquilar un coche, recorrerlas, localizar los lugares más adecuados y gestionar un billete de avión o barco para llegar a la siguiente. En Rodas el capitán no decidió hasta el último minuto si zarpaba. A mi pregunta de cuándo, la respuesta fue: “Quizás en una hora, un día o una semana. Depende del tiempo”.
En otros casos, como en Patmos, me tuve que presentar a las dos de la mañana al puerto, maleta en mano, y esperar que apareciera, a la hora que fuera, un barco… ¡Y rezar para que se dirigiera a Atenas!. Ignoro la razón pero, hasta que el navío no estaba anclado, no se podían adquirir los billetes en las taquillas del puerto.
En Umbría (Italia) hice una historia sobre la vida de una familia rica que había alquilado una mansión de lujo en la zona (ver el enlace). El reportaje incluía varias fotografías sobre la región. Como decidieron que fuera el tema de cubierta, pero no había ninguna imagen adecuada para ello, el mes de noviembre me enviaron a tomar una sola fotografía: la portada.
Durante tres días visité de cabo a rabo la región, buscando una villa adecuada y pendiente que se disipara la niebla que cubrió todo el tiempo la zona. Al final localicé por internet una casa adecuada y, aprovechando que los primeros rayos del sol levantaron ligeramente la niebla, conseguí una imagen con suficiente “aire” (espacios neutros) para que los diseñadores pudieran insertar el título de la publicación y reseñar otros reportajes más interesantes. El milagro que nos salva la papeleta a los fotógrafos, una vez más, funcionó.
Durante tres días visité de cabo a rabo la región, buscando una villa adecuada y pendiente que se disipara la niebla que cubrió todo el tiempo la zona. Al final localicé por internet una casa adecuada y, aprovechando que los primeros rayos del sol levantaron ligeramente la niebla, conseguí una imagen con suficiente “aire” (espacios neutros) para que los diseñadores pudieran insertar el título de la publicación y reseñar otros reportajes más interesantes. El milagro que nos salva la papeleta a los fotógrafos, una vez más, funcionó.
En mi trabajo, el arte no es tomar fotos, sino superar los impedimentos que debes resolver en solitario y conseguir estar en el lugar adecuado, en el momento preciso. Es lo complicado de esta profesión. Y tampoco se aprende en los libros.
Que pasada de entrada, me ha encantado. He viajado varias veces por las islas y me imagino como es lo que explicas. Es increinle que pudieras tomar esas fotos en tan poco tiempo! Yo no he conseguido nada parecido ni en muchas veces! Pero vaya, ni una comparable :-)
ResponderEliminarFantastico tema y experiencia laq que nos presentas en esta ocasión
ResponderEliminarQue bien lo paso cada vez que visito tu blog.
Sin duda es de mis favoritos.
Un abrazo.
Tino, que buena la carta de presentación que hay al final del articulo, me ha hecho gracia.
ResponderEliminar¿La tuviste que usar en algún momento? ¿te sirvió cuando la enseñaste?.
Un saludo y espero que nos veamos en un par de semanas.
Hola Jose,
ResponderEliminarno sabes la de puertas que abrió estas cartas con broche incluido que se usaban entonces. Claro que, más de uno, aprovechó la coyuntura para pedir más pasta de la que tocaba. Hasta pronto.