Mi buen y erudito amigo Francesc Vera, en su impagable blog “Cistella de llum” comenta mi anécdota con Indurain. Por alusiones, y puesto que aquí se explican pequeñas historias de fotografías y encargos que no aparecen en mi web, valdría la pena ampliar los detalles.
Miguel Indurain estaba a punto de iniciar su quinto Tour de France. Tres semanas antes de la gran prueba se celebró la Vuelta a Asturias. Pepe Baeza, el director gráfico de El Magazine, me llamó un buen día y me encargó que siguiera a Indurain durante un par de etapas (no había tiempo para más) y que enseguida le enviara las diapositivas para que el artículo saliera publicado justo el domingo que empezaba el Tour.
-“¿Te he oído bien, Pepe? ¡ si no soy un especialista en deportes!– le comenté, por decir algo, a pesar que tenía la convicción que Pepe no había marcado inconscientemente mi número de teléfono.
-“Lo que sucede es que, con toda probabilidad, los otros dominicales publicarán imágenes deportivas de Miguel Indurain, y yo quiero una mirada diferente” – contestó.
Una vez en Oviedo me convertí en la sombra del gran ciclista, salvando como pude las limitaciones impuestas a la prensa (habían cientos de periodistas). Como fuera que en la primera etapa entró vencedor a la meta ganó todos los premios. Creo recordar que fueron cinco copas.
Claro que, por eso de la foto, no se las entregaron todas de golpe. Le dieron una, por ejemplo, la del premio de la montaña. Él la levantaba. Los fotógrafos hacíamos la obligada foto e Indurain volvía a un extremo del estrado a esperar el siguiente trofeo. Y el proceso se repetiría cinco veces.
Tras tomar junto a mis colegas la consabida y nada original imagen del ciclista con los brazos en alto me dí cuenta que una foto tópica no era lo que "El Magazine" esperaba de mí. Me aparte del "pelotón"… y fue entonces cuando percibí algo diferente: una apasionada quinceañera había sorteado los controles de seguridad y trataba de comérselo a besos cada vez que el ciclista volvía al rincón.
A todo eso, estábamos ya en la antepenúltima entrega. Fotografié la situación, aprovechando que los dos protagonistas tenían palabras un poco antagónicas entre ellos y no estaban por nadie; pero por desgracia la escena tenía lugar bajo un riguroso contraluz. Cargué el flash y me lo jugué todo a una última baza: la quinta copa. Y esa fue la historia que El Magazine publicó. Una foto en cada página y, la última, no fue precisamente el pentacampeón quien la cerró. La apasionada quinceañera tuvo su momento de gloria y me proporcionó una mirada diferente sobre un ídolo deportivo. A menudo conviene observar las situaciones libre de tópicos.
Miguel Indurain estaba a punto de iniciar su quinto Tour de France. Tres semanas antes de la gran prueba se celebró la Vuelta a Asturias. Pepe Baeza, el director gráfico de El Magazine, me llamó un buen día y me encargó que siguiera a Indurain durante un par de etapas (no había tiempo para más) y que enseguida le enviara las diapositivas para que el artículo saliera publicado justo el domingo que empezaba el Tour.
-“¿Te he oído bien, Pepe? ¡ si no soy un especialista en deportes!– le comenté, por decir algo, a pesar que tenía la convicción que Pepe no había marcado inconscientemente mi número de teléfono.
-“Lo que sucede es que, con toda probabilidad, los otros dominicales publicarán imágenes deportivas de Miguel Indurain, y yo quiero una mirada diferente” – contestó.
Una vez en Oviedo me convertí en la sombra del gran ciclista, salvando como pude las limitaciones impuestas a la prensa (habían cientos de periodistas). Como fuera que en la primera etapa entró vencedor a la meta ganó todos los premios. Creo recordar que fueron cinco copas.
Claro que, por eso de la foto, no se las entregaron todas de golpe. Le dieron una, por ejemplo, la del premio de la montaña. Él la levantaba. Los fotógrafos hacíamos la obligada foto e Indurain volvía a un extremo del estrado a esperar el siguiente trofeo. Y el proceso se repetiría cinco veces.
Tras tomar junto a mis colegas la consabida y nada original imagen del ciclista con los brazos en alto me dí cuenta que una foto tópica no era lo que "El Magazine" esperaba de mí. Me aparte del "pelotón"… y fue entonces cuando percibí algo diferente: una apasionada quinceañera había sorteado los controles de seguridad y trataba de comérselo a besos cada vez que el ciclista volvía al rincón.
A todo eso, estábamos ya en la antepenúltima entrega. Fotografié la situación, aprovechando que los dos protagonistas tenían palabras un poco antagónicas entre ellos y no estaban por nadie; pero por desgracia la escena tenía lugar bajo un riguroso contraluz. Cargué el flash y me lo jugué todo a una última baza: la quinta copa. Y esa fue la historia que El Magazine publicó. Una foto en cada página y, la última, no fue precisamente el pentacampeón quien la cerró. La apasionada quinceañera tuvo su momento de gloria y me proporcionó una mirada diferente sobre un ídolo deportivo. A menudo conviene observar las situaciones libre de tópicos.