CONDENADOS POR REVOLUCIONARIOS
Haití era un país a caballo entre la anarquía y la supervivencia. Sus caminos, como sus habitantes, eran sencillos y tortuosos. Siempre existía la posibilidad de aventurarse por ellos aunque, en la práctica, era una tarea de titanes desplazarse por el interior de un país sin medios propios. La climatología, como sus gentes, es de naturaleza violenta. Pero aunque en las tormentas de esa tierra de promisión, casi siempre había una zona del cielo despejada. Ahora un seismo a aplastado a cuatro millones de habitantes y, de momento, desaparecen bajo las ruínas la menor esperanza de levantar, por una vez, la cabeza.
Antes del terremoto, en Haití el viajero convivía con el caos, con la pobreza, con la anarquía, con las carencias, con la improvisación. A falta de vehículo propio nunca se sabía a ciencia cierta como saldría, ni cuando, ni cómo; pero con la ayuda de fuerzas sobrenaturales conseguía llegar donde se propusiera.
La sempiterna provisionalidad de Haití era la revancha de la comunidad internacional por osadía de ser la primera nación de esclavos que se reveló contra los opresores blancos. Por su pecado todavía no expurgado esta porción de isla se convirtió en un presidio para sus habitantes, una cámara de los horrores comparado con el lujo y los medios de algunos idílicos rincones de la otra mitad, la República Dominicana.
Haití estaba purgando todavía sus responsabilidades por la masacre que organizaron, hace más de doscientos años, los asistentes a una intensa ceremonia vuduista, el 14 de agosto de 1791 en el Bois Caiman. Una mujer, Cécile Fatiman, sellaría con la sangre de un cerdo un pacto de crueldades y de horrores en Haití que acabó con la dominación blanca. ¡Pero a qué precio!.
El desprecio más absoluto, el abandono a su suerte, un cercado político, consiguió, por una parte, preservar en esta nación las raíces más puras de la cultura africana. Pero este "appartheid" también les obligó a desforestar la tierra, a extinguir sus recursos, a vivir como animales en la más misérrima pobreza hasta que, un seismo, ha devuelto la certeza al mundo de que millones de habitantes malvivían en un vertedero. Ahora todos estamos muy apenados.
¡Ojala que tanta ayuda sea, por fin, un punto de inflexión! Algunas de las personas más amables, más entrañables, más humanas que he conocido jamás, vivían en Haití. Quizás ahora sean cuerpos pudriéndose en una fosa común. Sin un entierro digno, con un ligero toque vudú, como a ellos les habría gustado.
¿Cuánto tiempo trascurrirá para que Haití deje de ser noticia?
The Washington Post