Aprovechando que este mes la revista Offarm publica mi reportaje sobre el Círculo Polar Ártico y que se aproximan las navidades, quizás sea un momento idóneo para hablar de fotografía bajo cero…
Y no es que esté hablando del momento económico que vivimos en la profesión, si no de cómo, ataviado como una cebolla, pasé doce horas montado (por primera vez en mi vida) en una moto de nieve, para visitar hoteles de hielo que se inauguran con las nieves más asentadas de diciembre y se funden a mediados de abril. La excursión en moto me dejó, aparte de varios trompazos de campeonato, una tendinitis que arrastro desde hace tres años y que me produce una eventual cojera cuando camino. ¡Gajes del oficio! Más cómodo fue viajar en rompehielos.
Lo que os quería comentar de este reportaje es un tema que surge a menudo en mis talleres. Acostumbrado a la película calibrada para luz de día, cuando trabajo en digital prefiero que la cámara actúe también de esta manera. Nunca en automático. Si deseo eliminar la dominante, tiempo tendré en el ordenador para aplicar el software necesario. Pero no quiero que la cámara decida por mí el aspecto que persigo en mis fotografías ¿Por qué? La razón es que me gusta que las dominantes de la luz, tanto natural como artificial, proporcionen una cierta personalidad a mis imágenes.
Siendo blancos, tanto el hielo como la nieve, para darle un cierto contenido gráfico a los hoteles este planteamiento resultó especialmente efectivo.
¡Ah! Y un comentario final: protegido con trajes de neopreno, anorak de pluma, camisetas de felpa y todo lo que encontré en el armario para fotografiar entre 15 y 35 bajo cero… lo cierto es que nunca he pasado tanto calor como en aquellos cálidos interiores árticos en los que entrabas como si fueras el muñeco de Michelin. La noche salía por unos 300 € y no hay peligro de incendios.