San Fermín fue una cura de humildad. Si, como fotógrafo, hubiera albergado una mínima vanidad sobre mi trabajo, tras comprobar la efectividad de los compañeros de la prensa diaria o los reporteros de agencia, se me habrían ido las ganas de creerme alguien especial. Los Sanfermines son una auténtica prueba de fuego para un fotógrafo. El evento principal transcurre a las ocho de la mañana: el encierro. La carrera de los toros frente al objetivo dura apenas unos segundos... que a mi se me antojaron milésimas.
Para llegar a la esquina de la calle Estafeta tenía que levantarme antes de las cinco de la mañana. Siempre había dos o tres fotógrafos más madrugadores que ocupaban ya una plaza. La posición se elige respetando escrupulosamente el orden de llegada. Tres horas de espera para seis segundos de acción.
El encargo fue de la revista norteamericana Smithsonian Magazine y decidí fotografiar con película diapositiva. Para variar, el tiempo fue malo. Cielos cubiertos y poca luz a esas horas. En el pequeño intervalo que los toros pasaban por delante, apenas conseguí impresionar siete u ocho fotogramas. Entonces venía la lección: mis compañeros de prensa diaria, en el mismo lapso, habían cambiado de objetivo, de cámara, de encuadre… y apartando la mirada del ocular describían –y así luego lo demostraban en su respaldo digital- todo lujo de detalles y de circunstancias que, por descontado, para mí habían pasado desapercibidas.
Como yo no tenía experiencia sobre los Sanfermines, le pedí ayuda a un fotógrafo pamplonica, Luís Azanza, que con generosidad me indicó los mejores lugares para fotografiar, estuvo siempre pendiente de mí y, si le dais un vistazo a su web http://www.luisazanza.com/ veréis que destila creatividad a chorros. Por descontado, su apartado de los Sanfermines es fenomenal. Él y muchos otros colegas no tuvieron ningún inconveniente en compartir su experiencia conmigo. A menudo son los mediocres los que se guardan “sus secretos”.

Uno de los encargos más apasionantes de mi carrera fue una idea de la Fundación "la Caixa": documentar algunos proyectos sociales emblemáticos y utilizar esas imágenes en campañas publicitarias que anunciarían concesiones de becas para proyectos sociales.
Cuando al final se eligieron las imágenes de la campaña surgió un nuevo problema. Hacía falta el permiso de algunos emigrantes sin papeles que, dada su situación irregular, se habían negado a firmar el consentimiento. Pero como un banco es un banco, y siempre es previsible una demanda contra una entidad financiera si no están bien ligados los derechos de imagen, no tuve más remedio que perderme entre carreteras vecinales de La Mancha hasta que divisé a “mis emigrantes” recolectando uvas en unas viñas alejadas del camino. Fue como buscar una aguja en un pajar, pero al final firmaron y sus imágenes inundaron las oficinas de La Caixa y, de rebote, los conoció España entera.

Mi primer reportaje importante para National Geographic Traveler me llevó a Umbría. El encargo consistía en fotografiar esa bellísima región italiana, cercana a la Toscana, desde la mirada de una familia rica. El hilo principal de la narración era “Alquilar una Villa en Italia”, un lujo al alcance de muy pocos.
Otra buena noticia fue que una de las fotos de Umbría, la que tomé en la basílica de San Francisco de Asís, fue también portada de una de las ediciones de “El Código da Vinci”. ¡ Un reportaje de portadas !


Como fotografiaba con película, salí con una Leica M6 y dos objetivos (28 y 35 mm) y una Nikon FM2 con dos ópticas diferentes: un 20 y un 85 mm. La anécdota fue que, a los pocos minutos de abandonar Moscú, la palanca de rebobinado de la Leica se me quedó en la mano y no hubo forma de repararla en todo el viaje. De manera que tuve que improvisar con mi vieja réflex y, encima, dados los horarios tan apretados con que viajábamos, nada de “hora mágica” ni otras lindeces. Inauguré un nuevo estilo de fotografía menos glamoroso, pero que con el tiempo resultó muy eficiente: el “aquí te pillo, aquí te mato”. Así se hace uno reportero, a base de sustos.

Un exponente de cómo son muchos encargos de fotografía profesional fueron mis primeros trabajos para la National Geographic Society, hace ahora 10 años. No me enviaron a los confines del mundo -como me hubiera gustado- para lucirme con un arriesgado reportaje de aventuras. La realidad fue menos galmorosa: me propusieron colaborar en la sección “48 horas” de la revista. Como el título indica, el reportero se pasa un día o dos en el destino, fotografiando hoteles, restaurantes de moda y tiendas “chic”. La primera foto que publiqué en NG Traveler fue la del hotel provenzal “La Bastide de Capelongue” y la segunda, la del hijo de la propietaria, un joven chef poseedor de una estrella Michelin.
La comida no la olvidaré mientras viva. Abrieron el restaurante sólo para mi y, tras tomar las fotografias oportunas, degusté todos y cada uno de los platos que me vino en gana. “No podrías haber pagado el coste de esta comida” –me comentó el chef. Cocineros y personal auxiliar trabajaron contra reloj para elaborar una veintena de exquisitos platos. He aquí una de las grandes verdades de esta profesión: en fotografía profesional de viajes cobramos para mostrar lujos y paraísos a los que no podríamos haber accedido con el dinero que cobramos. 

Durante algunos meses el “Destiny” tuvo el honor de ser el crucero más grande del mundo. Por descontado la naviera Carnival invitó a un periodista y a un fotógrafo a navegar cinco días por esa inmensa mole de 101.000 toneladas de peso (más del doble de lo que pesaba el Titanic) para que contaran a sus lectores la experiencia. Ese es un trato que interesa a ambas partes. A Carnival le resulta más barato asumir estos costes, que no pagar una página de publicidad. A cambio obtienen una difusión de, por lo menos, doce. La revista a su vez añade un contenido sugerente al sumario, los lectores están más felices y todos contentos.



El reportaje apareció sin más incidencias. Transcurridos unos meses Mariano López me llamó para contarme que le habían concedido la “Pluma de Plata”, una distinción que otorga el gobierno mexicano a la publicación en castellano más brillante aparecida en en el plazo de un año sobre ese país. En México la plata es valiosa y por eso el premio se llama así. En España lo habrían denominado “Pluma de Oro”.
“Veracruz” se publicó en VIAJAR el año 2003. El jefe de fotografía me llamó para felicitarme y, desde entonces, ni me ha vuelto a pedir una foto, ni me ha ofrecido una sola colaboración. ¿Qué diablos hice mal…??? Bueno, si te quieres dedicar a la fotografía profesional éste es un aviso para navegantes. Conozco a más de un jefe de fotografía que les encanta que les hagan la pelota...
La inminente aparición del libro “Latidos en un hospital” (editorial Lunwerg) y la necesidad de cumplir con un plazo de entrega inamovible me hizo ver que, en mi proyecto de reflejar el máximo número de profesionales y situaciones que convergen en un centro hospitalario, me había dejado los payasos. Por eso, lo primero que hice, una vez aparecido “Latidos”, fue enmendar aquella deuda. Con la colaboración de Rosa María Carbonell propusimos al Magazine el tema. También es verdad que solo pudimos encontrar cuatro compañías de payasos especializados en toda España. Y encima una declinó nuestra invitación. También surgieron otros problemas más sutiles: había personal asistencial que estaba en contra de que unos graciosos revolucionaran el silencio y la seriedad de las habitaciones.
Gracias a la profesionalidad de los actores, que actúan en cada caso una vez consultado con médicos y enfermeras el historial y el estado del niño (y de su familia); y vistas las evidentes mejoras que está aportando su labor, hoy hay muchas más compañías de “payasos de hospital”. De hecho, nuestra intención cuando propusimos la idea, fue aprovechar los ochocientos mil ejemplares que tiraba el Magazine, para que otros grupos vieran la iniciativa y la propusieran a nuevos hospitales. ¡No sólo de malas noticias vive el hombre!
Jordi Rovira, excelente periodista y amigo, removió cielo y tierra para encontrar, no tres médicos rurales, sino los tres médicos rurales que ejercían en los lugares más recónditos de sus respectivas comunidades. Por descontado habrán otros obligados a moverse con tantas dificultades o más que nuestras doctoras. Pero en cinco días recorrimos una España asolada por un vendaval de nieve para explicar, en un escenario navideño, cómo es la vida de la doctora. María Amor Álvarez en Fondos de Vega (Asturias) y de su colega Marina Sanjurjo en A Veiga (Ourense). Luego, para darle un toque menos invernal al reportaje, esperamos que el sol brillara de nuevo antes de visitar a la doctora Carme Bertral en La Coromina, cerca de Cardona.


Rosa Maria Carbonell, autora del libro “Algún día Irina” (Editorial Rosa dels Vents) en el que cuenta como su hija superó un osteosarcoma –un tumor óseo de mal pronóstico- era la escritora idónea para tejer esta pequeña joya que se tituló “El primer combate”. Conocía a los protagonistas por haber compartido horas de pasillo y muchas sesiones de quimioterapia con ellos. Su mediación me abrió unas puertas que, tradicionalmente, se mantienen cerradas a los fotógrafos.
Un 64% de los pacientes consiguen superar un cáncer. Carmen Giró seleccionó siete perfiles de personas con generosos historiales de penalidades, anécdotas, sacrificio personal y, finalmente, éxito, en su batalla contra diferentes tumores. Desde varios puntos de España personajes muy variopintos –entre ellos el director de la película sobre niños con cáncer “4ª Planta”, Albert Espinosa- posaron y compartieron con los lectores sus antiguos miedos y sus ilusiones. Todos tenían un punto en común: se agarraron a la vida y la suerte les acompañó.

Una propuesta de la subdirectora de El País en Cataluña, Milagros Pérez Oliva nos tuvo desde las 9 de la mañana hasta las 9 del día siguiente de guardia, junto al personal de los hospitales barceloneses de la Vall d’Hebrón. Allí vimos de todo, desde las lágrimas de un pobre brasileño al que unos descerebrados de extrema derecha le habían apuñalado por su condición de emigrante; hasta una mujer que era una triste réplica femenina del protagonista de “El Hombre Elefante”. Hubo también colapsos, nervios, infartos, intervenciones a vida o muerte y, sobretodo, mucha humanidad.



Huelga decir que, justo saliendo del invierno, el clima fue infernal. Llovió todos los días y lo más difícil fue tanta aldea vacía. Me recuerdo esperando pacientemente cuanto hiciera falta para que una presencia humana diera un pequeño contrapunto a la soledad de las calles mojadas. A veces diez minutos. Otras veces media hora o más. Entonces aparecía alguien caminando… yo encuadraba… e indefectiblemente el peatón cambiaba de acera. Luego, cuando pasaba a mi lado, me saludaba con una sonrisa de oreja a oreja, feliz por no haberme estropeado la foto.Como buen mediterráneo me costaba disimular mi frustración cuando mis anfitriones en los Bed & Breakfast, si no llovía a cántaros, no nevaba, no hacía un viento de mil demonios o no granizaba, comentaban felices: “What’s a nice day!!” ¡Un día fantástico, si señor! Me decía a mi mismo encarándome a una buena colección de “Irish Breakfast” que ahora recuerdo memorables. Y, cuando me enfrentaba a los elementos, las cosas ya las veía diferentes.

